Cuando vemos a los niños jugar en la computadora, resolver problemas, participar en eventos, actuar con iniciativa e independencia entre otras muchas cosas, nos parece increíble que sean ellos mismos y muchas veces nos preguntamos: ¿En qué momento creció tanto?
Es casi imperceptible y con dificultad nos damos cuenta de que poco a poco van construyendo su autonomía.
Sin embargo, es necesario recordar que ese grado (mayor o menor) de autonomía e independencia que van logrando los niños no lo adquieren por sí solos, mucho tenemos que ver los padres y educadores en ello, pues somos nosotros quienes incentivamos o limitamos su iniciativa, su actividad y constante ensayo y error al realizar actividades que, de acuerdo a su edad y desarrollo motriz y cognitivo pueden ir realizando por sí solos.
Una regla útil es no hacer por el niño nada que puede hacer por sí mismo. Cada vez que un adulto hace algo que el niño podría resolver solo, le comunica el mensaje de que es pequeño, indefenso e incapaz de hacer las cosas, mientras que el adulto está y estará ahí para resolver todo por él. Y después nos sorprende que el niño exprese con frecuencia un ¡No puedo!
No le quitemos a los niños la oportunidad de probarse a sí mismos que son capaces, que pueden confiar en su propia fuerza, que pueden equivocarse y corregir, que pueden ensayar sus propias estrategias y proponer sus propias soluciones.
De esta manera aseguramos la formación de niños seguros de sí mismo con gran autoestima y con gran capacidad de enfrentar retos.
Los niños necesitan a sus padres y maestros a su lado como acompañantes y guías amorosos pero no para que hagan todo por ellos.
La misión del adulto es preparar a los niños para la vida, para que logren ser adultos equilibrados, responsables e independientes, con capacidad de toma de decisiones y logren alcanzar sus propias metas.